Cuando me hablaste por primera vez algo en mí se encendió,
como ese rayo de luz que te despierta cada mañana. No sé cuál fue el motivo por
el cual decidiste darme a mí la oportunidad de poder hablar contigo, de poder
conocerte, de adentrarme en tu complicada y maravillosa vida, de contarme tus
más profundos secretos, y de ver tus fragilidades que te convertían en una
persona realmente increíble.
Todo empezó un 10 de febrero. Ahí justo en ese momento,
sentí algo, inexplicable, como una esperanza, me sentía ilusionada, algo que
nunca pensé recuperar. Esa ilusión fue la que me llevó a ti, la que a pesar de
todo, nunca se apagaba. Pasó exactamente un mes y cinco días hasta que pude ver
esa preciosa que cara, nunca me había sentido tan nerviosa, me temblaba el
corazón. Parece que el tiempo se detenía ante nosotros, sentía como cada gota
de agua caía sobre nuestras heladas caras mientras me hablabas de ti y yo sin
poder fijar la mirada en tus ojos preciosos ojos, que eran realmente
impactantes.
Quería saber más de ti y es cierto que cada noche me quedaba
con más ganas de ti. Me encantaba esa sensación, me encantaba ver como poquito
a poco se iban juntando todos mis trocitos rotos, y es que tú con sumo cuidado y
delicadeza los volviste a juntar uno a uno sin prisa pero sin pausa.
Continuará...